La poesía que no entiende de nombres

Fue la noche de las letras, cuando celebramos la existencia de la palabra contándonos caricias que jamás podrían haberse escrito sin tus ma...


Fue la noche de las letras,
cuando celebramos la existencia de la palabra
contándonos caricias que jamás
podrían haberse escrito sin tus manos.

Aquella noche, compartimos un mundo
ajeno a todo lo conocido
y fuímos la envidia
de aquel abrazo que nunca llegó a darse,
de aquella flor que nadie regala
o de aquel beso que rozó unos labios
sin poder quedarse a vivir en ellos.

En tan solo una mirada
compartimos una vida que no nos pertenecía,
pero, apesar de todo, la hicimos nuestra
y vimos cómo nos hablaba desde el aire
con impotencia y melancolía.

Mi sonrisa, mas salvaje que ninguna,
vestía ese color gracias al roce de tus dedos,
un roce que, a escondidas, se escapaba
para buscar quién sabe que promesa
escondida en la palma de mi mano.

Y a pensar de que nuestros labios sabían a despedida
nuestras caricias se negaban a escucharlos
y seguian vagando de mi espalda a la tuya
como dos niños que se cojen de la mano
sin saber que en el mundo existe el miedo.

Aquella noche, estuve a un solo verso
de reducir a cenizas tus tatuajes
bajo mis labios.
Y tú, sin pedirme nada a cambio,
calmabas mis temores con tus dedos
haciendome creer que, siendo libres,
eramos campaces  de convertir
en coherencia el surrealismo.

Y, desde aquella noche,
noche de palabras ahogadas en cervezas,
tengo la certeza de que podrá librarse
la peor de las batallas en mi memoria,
pero ni el filo de la espada más certera
podrá borrar jamás tus caricias
de los poros de mi piel.

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